domingo, 22 de mayo de 2011



La mitología griega está formada por un conjunto de leyendas que provienen de la religión de esta antigua civilización del Mediterráneo oriental. Los griegos, aunque no practicasen la religión, conocían estas historias, las cuales formaban parte de su acervo cultural.
Los dioses del panteón griego adoptaban figuras humanas y personificaban las fuerzas del Universo; al igual que los hombres, los dioses helenos eran impredecibles, por eso unas veces tenían un estricto sentido de la justicia y otras eran crueles y vengativos; su favor se alcanzaba por medio de los sacrificios y de piedad, pero estos procedimientos no eran siempre efectivos puesto que los dioses eran muy volubles.
La mitología griega es absolutamente compleja, llena de dioses, monstruos, guerras y dioses entrometidos. Algunos estudiosos afirman que llegó a haber hasta 30.000 divinidades en total.
Esta mitología comparte una estrecha similitud con la mitología romana, en cuanto a los nombres de varios dioses y personajes de importancia. También se relacionan en cuanto a la parte mitológica de la religión; creencias, tradiciones y todo lo ligado o referente a Mitología




Durante la época homérica, se cree que eran hijas de Zeus. Son consideradas divinidades secundarias a las que se les pueden hacer plegarias, pero que también pueden resultar temibles.
Ellas son doncellas que habitan en la campiña, el bosque y las aguas. Normalmente se las encuentra en grutas donde se entretienen cantando y bailando. Es común que sean el séquito de algún dios o diosa más importante, como Artemisa en particular, o de otra ninfa de más alto nivel, como Calipso o Circe.
Hay diferentes categorías de ninfas de acuerdo con el lugar donde viven. Así están las Ninfas de los Fresnos, o Melíades, que parecen ser las más antiguas. Son hijas de Urano. Las Náyades que viven en las fuentes y las corrientes de agua. Por su parte, las Nereidas son ninfas del mar en calma. También existen las Oréades, que viven en las montañas y en las florestas habitan las Alseides.

Todas las ninfas tuvieron mucha importancia en diversas leyendas. Es común encontrarlas como esposas de algún héroe o semidiós, por ejemplo la Egina casada con Éaco, o la ninfa de Taigete. Además, es frecuente verlas intervenir en los mitos amorosos como en las leyendas de Calisto o Dafne, donde sus amantes más frecuentes eran los espíritus masculinos de la naturaleza como Pan, los Sátiros, o Príapo para mencionar algunos. Pero los grandes dioses no eran la excepción, y varias de ellas se unieron en diversas ocasiones con Zeus (dios de los dioses), Apolo (dios del sol y el arte), Hermes (mensajero de los dioses), y Dionisios (dios del delirio místico y el vino), entre otros. De igual forma, era normal que se enamoraran de un adolescente mortal y lo raptaran para compartir su cama con él.




En la mitología griega, Andrómeda era la hija de Casiopea y Cefeo, el rey de Etiopía. Su madre estaba tan orgullosa de su belleza y de la de su hija que declaró que eran más hermosas que las Nereidas, lo cual enfureció a estas hijas del mar y se quejaron con el dios Poseidón. Éste amenazó con enviar una inundación y un monstruo marino llamado Cetus para destruir el reino por semejante ofensa.

Ante el temor de ver su pueblo destruido, los reyes consultaron al Oráculo de Amón, que les explicó que la única forma de salvar a su pueblo y calmar la ira de Poseidón era entregar en sacrificio a su hermosa hija Andrómeda al monstruo. Los reyes no tuvieron más opción que encadenar a Andrómeda a unas rocas para que Cetus acabara con su vida, pero prometieron que si alguien la salvaba, le darían su mano en matrimonio.
Desesperada y clamando piedad, los gritos de Andrómeda llegaron a los oídos de un jinete que sobrevolaba los cielos sobre su caballo alado. Este jinete era Perseo, que acababa de derrotar a Medusa cortándole la cabeza y montaba a su Pegaso. Al ver a la joven abatida y al monstruo marino acercándose a ella, voló velozmente hacia éste y le acercó la cabeza de Medusa para que se convirtiera en piedra, hundiéndose luego en el mar. En cuanto desencadenó a Andrómeda, ambos se miraron a los ojos y se enamoraron. Sus padres, que habían prometido que su salvador podría casarse con ella, no cumplieron su palabra y Casiopea quiso acabar con la vida de Perseo, pero éste se defendió convirtiéndolos en piedra. Zeus colocó las imágenes de Cefeo y Casiopea en el cielo, y Poseidon castigó a la reina por su traición y por su arrogancia, colocándola sentada en su trono de tal forma que en algunas estaciones del año quedara boca abajo.
Perseo regresó a su isla para casarse con Andrómeda. Luego, la diosa Atenea colocó sus imágenes juntas en el cielo, cerca de Casiopea y Cefeo, y del caballo alado Pegaso y del monstruo marino Cetus. Así nacieron sus respectivas constelaciones.




Ala mañana siguiente y con el viento en calma, el héroe ascendió de nuevo hacia el cielo y voló por encima de muchos países y montañas hasta llegar al país de Cefeo, en la lejana Etiopía. A los pies de un altísimo acantilado rocoso pudo ver a una hermosa muchacha encadenada a las rocas. De no ser por el viento que agitaba suavemente sus trenzas, habría podido creer que se trataba de la preciosa obra maestra de un gran escultor. Su corazón empezó a palpitar con fuerza, el héroe se había enamorado apasionadamente. Descendió entonces hasta casi pisar la tierra, diciéndole a la preciosa muchacha: «Quién eres tú? ¿Qué trágico destino quiere que permanezcas encadenada?

 La bella prisionera lloraba Y sollozaba, pero finalmente confió en el joven Y relató al héroe su infortunio: «Me llamo Andrómeda Y soy la hija del rey de este país. Mi madre se pavonea y afirma que es más hermosa que todas las ninfas. Por este motivo, Poseidón, el dios de los mares y protector de las ninfas, se enfureció terriblemente, tanto que produjo una gigantesca marea y envió además un terrible monstruo marino pata que nos destruyese a todos. Según el oráculo, mi padre me ha encadenado en este lugar para que sirva de comida al monstruo, sólo así podrá salvarse mi país.

 Mientras pronunciaba estas palabras el suave ritmo de las olas fue transformándose paulatinamente en un salvaje fragor, las olas se encrespaban cada vez más para, al golpearse unas contra otras, partiéndose en dos. De repente, del fondo de los mares surgió un monstruo horrendo. Era tan gigantesco que con su cuerpo cubría toda la superficie del mar. i-iormrii.:idos por los gritos desesperados de la doncella, sus p:tIwn acudieron inmediatamente con el ánimo de salvarla, pero resultaba imposible prestarle ayuda.
  
Sin embargo, Perseo se propuso salvar a la bella muchacha, siempre y cuando sus padres se la concediesen como esposa. Los padres aceptaron la proposición, además de pro-meterle un reino. El monstruo se había ido aproximando cada vez más a la costa, quería su víctima. Pero Perseo, gracias a sus zapatos alados, ascendió, rápido como una saeta, hacia las nubes; el monstruo sólo podía ver ahora su sombra reflejada sobre la superficie del agua y con rabia, echando espuma por la boca, se arrojó sobre la sombra. Mas Perseo descendió  y lo mató

Las Harpías, también conocidas como Raptoras son hijas de Taumante (hijo de Gea, la Tierra y Ponto, el Mar) y la océanide Electra (compañera de Perséfone, hija de Océano y Tetis), y pertenecen a la generación divina preolímpica.
Estos genios alados suelen ser dos: Aelo, también llamada Nicótoe, y Ocípete. A veces se incluye una tercera, Celeno. Sus nombres corresponden a su naturaleza, pues el primer nombre significa Borrasca, el segundo Vuela-rápido y el tercero Oscura, es decir como una nube tormentosa.
Su representación más común es de mujeres aladas o aves con cabeza femenina y garras afiladas. Se piensa que vivían en las islas Estrofíades, en el mar Egeo. Pero, el poeta Virgilio las situó en las puertas de los Infiernos con los demás monstruos.
Las Harpías raptan niños y almas. Era costumbre utilizar su imagen sobre las tumbas simulando el rapto del alma.
Su leyenda más conocida es la del rey Fineo. Cuentan que sobre él pesaba la maldición de que todo lo que tenía enfrente se lo arrebataban las Harpías, en especial los alimentos. Todo aquello que no se pudieran llevar lo ensuciaban con sus excrementos. Cuando los Argonautas llegaron, el rey les pidió que lo liberaran de las Harpías. Así Zetes y Calais las persiguieron hasta que las obligaron a huir volando.
Por su parte, el Destino quería que ellas murieran a manos de los hijos de Bóreas (el Viento Norte), quienes iban con los Argonautas, y si no las alcanzaban, los que debían morir eran ellos. Durante la persecución, la primera cayó en el río del Peloponeso, que se siguió llamando Harpis, y la segunda logró llegar a las islas Equínades, que se llamaron desde entonces, Estrofíades o Islas del Regreso. Pero Hermes (el mensajero de los dioses) acudió en su ayuda y prohibió la muerte de las Harpías, pues eran servidoras de Zeus.
A cambio del perdón que recibieron, ellas prometieron dejar en paz al rey Fineo y se escondieron en una caverna en Creta. Según otra versión, los hijos de Bóreas habían muerto persiguiendo a las Harpías. Además las Harpías aparecen en diversos mitos o leyendas, que cuentan siempre cómo se robaban a los niños o a las jovenes. Se decía que de la unión de ellas con el dios-viento Céfiro, engendraron a varios caballos:

Janto y Balio, los dos caballos divinos de Aquiles (el héroe de Troya) que eran tan rápidos como el viento; y Flógeo y Hárpago, caballos de los Dioscuros (Cástor y Pólux, gemelos divinos).







La princesa Atalanta era una apasionada de los bosques y las montañas. Le gustaba correr, y el entrenamiento continuo hizo que ni el viento pudiera alcanzarla; tal era su ligereza y velocidad. Tuvo multitud de pretendientes, y de acuerdo con su padre el Rey, decidió que sólo se casaría con aquél que la ganara en carrera, si bien quien perdiera frente a ella recibiría una justa muerte. Habían ya perecido muchos cuando el joven, apuesto y listo Hipómenes se enamoró de la bella e inasequible princesa.

 Acudió a Venus para pedirle ayuda, y la Diosa, conmovida por la magnitud de su amor le entregó misteriosamente tres relucientes manzanas de oro, con la promesa de revelarle que debía hacer con ellas una vez se iniciara la atlética competición.


Atalanta siempre concedía cierta ventaja al principio a su rival, a fin de que su victoria fuese aun más aplastante. Venus, conocedora de este detalle, indicó a Hipómenes, al que la princesa dejó salir antes, para que dejara caer la primera áurea manzana al suelo. La veloz corredora se quedó deslumbrada ante el brillo luminoso y dorado de la bella fruta, y se detuvo para recogerla. Hipómenes, con aguda inteligencia, midió bien los tiempos en que debía dejar caer las otras dos manzanas, que produjeron el mismo efecto en su amada contrincante, dándole la ventaja necesaria para ganar la carrera.