domingo, 22 de mayo de 2011


Ala mañana siguiente y con el viento en calma, el héroe ascendió de nuevo hacia el cielo y voló por encima de muchos países y montañas hasta llegar al país de Cefeo, en la lejana Etiopía. A los pies de un altísimo acantilado rocoso pudo ver a una hermosa muchacha encadenada a las rocas. De no ser por el viento que agitaba suavemente sus trenzas, habría podido creer que se trataba de la preciosa obra maestra de un gran escultor. Su corazón empezó a palpitar con fuerza, el héroe se había enamorado apasionadamente. Descendió entonces hasta casi pisar la tierra, diciéndole a la preciosa muchacha: «Quién eres tú? ¿Qué trágico destino quiere que permanezcas encadenada?

 La bella prisionera lloraba Y sollozaba, pero finalmente confió en el joven Y relató al héroe su infortunio: «Me llamo Andrómeda Y soy la hija del rey de este país. Mi madre se pavonea y afirma que es más hermosa que todas las ninfas. Por este motivo, Poseidón, el dios de los mares y protector de las ninfas, se enfureció terriblemente, tanto que produjo una gigantesca marea y envió además un terrible monstruo marino pata que nos destruyese a todos. Según el oráculo, mi padre me ha encadenado en este lugar para que sirva de comida al monstruo, sólo así podrá salvarse mi país.

 Mientras pronunciaba estas palabras el suave ritmo de las olas fue transformándose paulatinamente en un salvaje fragor, las olas se encrespaban cada vez más para, al golpearse unas contra otras, partiéndose en dos. De repente, del fondo de los mares surgió un monstruo horrendo. Era tan gigantesco que con su cuerpo cubría toda la superficie del mar. i-iormrii.:idos por los gritos desesperados de la doncella, sus p:tIwn acudieron inmediatamente con el ánimo de salvarla, pero resultaba imposible prestarle ayuda.
  
Sin embargo, Perseo se propuso salvar a la bella muchacha, siempre y cuando sus padres se la concediesen como esposa. Los padres aceptaron la proposición, además de pro-meterle un reino. El monstruo se había ido aproximando cada vez más a la costa, quería su víctima. Pero Perseo, gracias a sus zapatos alados, ascendió, rápido como una saeta, hacia las nubes; el monstruo sólo podía ver ahora su sombra reflejada sobre la superficie del agua y con rabia, echando espuma por la boca, se arrojó sobre la sombra. Mas Perseo descendió  y lo mató

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